David   Freedberg ha señalado que “tomamos más seriamente de lo que estamos   acostumbrados aquellos lugares comunes, similitudes y metáforas que   revelan el poder de las imágenes” 
(1). Las imágenes tienen la capacidad de producir una intensa respuesta emocional. 
      
      Los materiales visuales del pasado proporcionan acceso a   emociones, experiencias y memorias que no pueden encontrarse fácilmente   en los documentos escritos que los historiadores exploran normalmente.   Ciertas formas de documentación visual plantearán también cuestiones   sobre el pasado que son muy diferentes de aquellas presentadas por los   archivos escritos. Así, cuando muchos historiadores piensan en las   imágenes, tienden a ver sólo ilustraciones para los argumentos que ya se   han derivado de los documentos en los archivos. Pocos consideran las   imágenes como fuentes por derecho propio, lo que requiere su propia   forma específica de análisis e interpretación. 
  
      Sin embargo, es precisa una investigación mucho más   detallada sobre las imágenes específicas, antes de que podamos   comprender adecuadamente los contextos que las produjeron. Los reducidos   comentarios proporcionados por los autores no son adecuados para esta   tarea. 
  
      La fotografía sólo puede describir las superficies de los   fenómenos históricos. A pesar de los problemas que reflejan, muchos   alemanes han continuado asumiendo que en una fotografía histórica se   puede ver el pasado de forma bastante literal. Explorar la aparente   contradicción debería ser una prioridad esencial para la investigación   del futuro. Las mismas fotografías pueden proporcionar algunas de las   respuestas. 
  
      Los recientes trabajos sobre la fotografía sugieren que   las imágenes fotográficas contienen capas más profundas de significado   latente y participan en relaciones más complejas con la “realidad” de lo   que los teóricos estaban preparados para reconocer. Así, debemos   también movernos más allá de los límites de las mismas imágenes, para   explorar las necesidades, anhelos y fantasías que continúan animando a   los alemanes a mirar el pasado en las fotografías. 
  
      La aparición de las fotos de atrocidades como un modo   viable de documentar los campos, supone un amplio potencial de las   nuevas fotos como un elemento de fortalecimiento por la respuesta que   tuvieron las fotos de atrocidades. Por ejemplo, las imágenes reflejan un   momento fugaz, inmediatamente antes e inmediatamente después del   momento de la atrocidad: el encuentro con la fotografía es el encuentro   entre dos presentes, un el que ya ha pasado, y otro que debe ser   reanimado en el acto de observar. 
  
      La realización de fotos, en todas sus formas, ayudaba a   transformar la incredulidad colectiva en un reconocimiento del shock y   del horror. La evidencia fotográfica significa que las atrocidades de   los campos “no podían ser negadas (…). Buchenwald, Belsen, Dachau – sus   imágenes fueron grabadas en la memoria para siempre” 
(2).   Así, en el momento de la liberación de los campos de concentración, el   impacto de la imagen era más importante que la verdad absoluta. 
  
      Más que cualquier otro tipo de documentación, las   fotografías ofrecían la certeza de valorar el montaje de las evidencias   de las atrocidades alemanas. Las fotografías han ayudado a congelar los   campos dentro de un espacio de incontestabilidad. 
  
      El triunfo de la fotografía también está relacionado con   el hecho de que ayudaba a facilitar el acto de testimoniar las   atrocidades. Las imágenes guían al público al corazón de la historia   sobre las atrocidades nazis, dirigiéndolos hacia el significado más   adecuado por el camino más rápido. Ofrecían un vehículo para la búsqueda   de evidencias de la brutalidad nazi, al mismo tiempo que aliviaba el   shock que evidenciaba ampliamente su presentación. Este triunfo   permeabilizaría el corazón de las historias de las atrocidades, tal como   fue reciclada en la memoria colectiva. 
  
      Es parcialmente debido al horror de las fotografías que el   acercamiento de los observadores contemporáneos hacia esos documentos   indispensables se hace especialmente difícil. El delicado y volátil   sujeto de exposición del Holocausto reclama una reevaluación de la   fotografía, puesta al servicio del testimonio contemporáneo. A pesar de   la importancia de la fotografía en la educación y el recuerdo del   Holocausto, no se han hecho muchos trabajos de interpretación del papel   de la fotografía en la representación contemporánea del Holocausto. La   literatura contemporánea reconsidera la fotografía, y el intento   documental sobre los difíciles hechos se silencian rotundamente en este   tema. 
  
      La comercialización de publicaciones y la pasividad   política en muchas de las fotografías documentales crean una doble   situación de martirologio, en el que la observación de las imágenes   “revictimiza a la víctima”. Las fotografías documentales son cruciales   porque llaman la atención a realidades que prefieren no saber o mirar:   pueden convertirse en puntos de referencia éticos, pero cada lector   tiene el suyo propio, y en nuestra imaginación retienen su poder. 
  
      Las fotografías del Holocausto no funcionan únicamente   como documentos objetivos: en un nivel psíquico más profundo, crea un   choque inimaginable que la hace visible. Por la auténtica naturaleza de   su extremidad y las formas en las que analizan la empatía del   observador, las fotografías del Holocausto desafían y amplían los   límites documentales. 
  
      Las imágenes son como fragmentos violentamente extraídos   de un contexto mayor, y nunca completadas en ellas mismas. Una vez   incorporadas en otro significado representativo son redefinidos   contextualmente, explicando una historia totalmente diferente. 
  
      El tema de la fotografía del Holocausto aún debe ser   cuidadosamente utilizado en la literatura histórica. Los historiadores   apenas se han molestado en identificar el origen o propósito de la   fotografía: si el fotógrafo era nazi o judío, si la imagen era de   explotación, de periodismo o memorial. Las fotos de los campos, en   ocasiones, repelen al observador, debido a su brutalidad, pero el uso   irreflexivo y repetitivo de tales imágenes ha reducido las atrocidades a   una visión casi común en la prensa y la televisión. 
  
      Muchas de esas fotografías no fueron hechas por activistas   sociales o fotógrafos relacionados, sino por los perpetradores (los   asesinos mismos, que usaron sus cámaras como armas de agresión), y por   los liberadores (que usaron sus cámaras como armas de retribución y   justicia). El uso académico excesivo de las imágenes mostrando pilas de   esqueletos, cuerpos torturados y demacrados, fue siendo cada vez más   importante en 1945, pero debe ser reconsiderado tras más de sesenta   años. 
  
      El ánimo de las fotografías no es conmocionar, sino   informar, y muchas de las fotos histórico-sociales que han sido   ignoradas previamente, ahora requieren nuestra atención. Los académicos,   editores y lectores deben aprender que tales imágenes no son igualmente   importantes, y la fotografía del Holocausto no debe medirse únicamente   por criterios estéticos. 
  
      El enorme volumen de fotografías del Holocausto capturado y   confiscado por los Aliados en 1945 y transferido posteriormente a Gran   Bretaña, Francia y los Estados Unidos ha provocado numerosos problemas   de investigación, que persisten incluso en la actualidad. Pero otras   muchas (individuales y colecciones), fueron a menudo apropiadas como   recuerdos por soldados y civiles; muchas fueron destruidas por los   Ejércitos alemanes en retirada, y también por individuos que buscaban   esconder su complicidad en los asesinatos masivos de los judíos   europeos. Otras muchas fotos estaban casi intactas cuando la guerra   finalizó en 1945.
  
      Aquellos documentos y archivos fotográficos que aún   estaban intactos fueron dispersados y fraccionados en numerosos grupos   durante la ocupación Aliada de Alemania. Los realizadores de películas,   los historiadores y los periodistas removieron duplicados y negativos   para el estudio histórico y para películas destinadas a reeducar a la   población civil de la Europa liberada. Las vicisitudes de los archivos   alemanes capturados se mantuvieron en la indiferencia, custodiados en el   mejor de los casos, y almacenados sin control y sin acceso a la   investigación, en el peor. 
  
      Pocos historiadores han enseñado nunca sobre el uso de las   fotografías como algo más que una mera ilustración. A pesar de nuestra   creciente familiaridad con la historia, a través de imágenes en el siglo   XX, nos hemos acostumbrado a observar las fotografías de forma   genérica, como ejemplos ilustrados o como representaciones de los   hechos, raramente como evidencias que deberían ser rigurosamente   examinadas. 
  
      Los historiadores utilizan usualmente las imágenes   históricas de formas adulteradas, que nunca serían toleradas en el uso   de fuentes de texto (se imprimen sin títulos o pies identificativos, sin   créditos, sin referencias textuales a las figuras, y en ocasiones sin   explicar nada). Consideramos la imagen como una ilustración de un tiempo   o tema mucho más general, y a menudo, en muchos casos, simplemente no   sabemos nada de la foto. Es suficiente con saber que los sujetos   fotografiados estaban allí, en el lugar y en el momento que actualmente   nos interesa estudiar. 
  
      La confusa interpretación de las fotografías es algo que   Sybil Milton ha señalado frecuentemente en sus ensayos. En su opinión,   los errores a menudo comienzan en los archivos en los que las   fotografías son archivadas, en ocasiones, bajo títulos erróneos y   engañosos, por ejemplo como “víctimas”, “atrocidades” y “campos de   concentración”. 
  
      La largamente esperada reevaluación de las fotografías   como evidencias ha sido pedida parcialmente por los negadores del   Holocausto, pero también por el creciente interés en las fotografías y   el reconocimiento de su valor como documentos históricos. Sólo en 1983,   la fundación Yad Vashem creó una sección separada para películas y   fotografías, y en la última década la Casa de los Luchadores del Ghetto   ha dado especial atención a su archivo fotográfico. 
  
      Los intentos de corregir los títulos e identificar las   fotografías pueden ser difíciles y, en ocasiones, imposibles. Muy a   menudo, los autores de las fotografías de atrocidades son anónimos y no   existen datos de registro. Se asumió anteriormente que todos los   perpetradores eran miembros de las SS, mientras que ahora, simplemente   identificando los uniformes de los perpetradores, es posible deducir que   no fueron sólo miembros de las SS los que tomaron parte en esos   crímenes, sino también miembros de la policía, la Wehrmacht y   colaboradores no alemanes. 
  
      Por ejemplo, Christopher Browning, en su libro “Hombres   ordinarios: el Batallón de Policía de Reserva 101 y la Solución Final en   Polonia”, publicado en 1993, ha señalado que los hombres de esa unidad   no sólo habían tomado parte en las atrocidades en Polonia, sino que   habían tomado fotografías que habían distribuido entre ellos mismos.   Ahora los hechos que tuvieron lugar y que aparecían en las fotografías   están siendo establecidos de ese modo. 
  
      Junto a la reevaluación de las imágenes, su uso está   siendo revisado por cuestiones de estilo, así como de exactitud   histórica. Sin embargo, las fotografías no son autosuficientes, y en   ocasiones su información es muy ambigua. Así, la continua   desorganización de los archivos fotográficos puede dar cuenta del   limitado y repetitivo uso de ciertas imágenes. 
  
      El extraordinario número de fotografías referentes al   Holocausto que han llegado a centenares de miles, tal vez millones, hace   de la tarea de identificarlas correctamente sea mucho más difícil. La   actual colección en Yad Vashem se estima, aproximadamente, en 130.000;   en la Casa de los Luchadores del Ghetto, unas 60.000; en el Museo   Estatal de Auschwitz-Birkenau, 40.000; el Museo Memorial del Holocausto   de Estados Unidos, 70.000; y el Museo Estatal de Majdanek, 20.000. En   Yad Vashem, otras 80.000 fotografías se han recogido como parte del   proyecto de la Sala de los Nombres, que intenta identificar y registrar a   los seis millones de judíos que murieron durante el Holocausto. 
  
      Un problema adicional resulta de las imágenes duplicadas,   con diferentes clasificaciones, localizadas en diferentes archivos. Los   duplicados deberían tener identificaciones idénticas, aunque no se da en   el caso de las fotografías del Holocausto. 
  
      Las fotografías documentales reflejan también la   naturaleza de los archivos fotográficos supervivientes: el mayor volumen   de material consisten en las imágenes oficiales y privadas de   fotógrafos profesionales y amateurs; una parte más pequeña de material   fue producido por los liberadores de los campos de concentración; y la   cantidad más pequeña era la procedente de las víctimas judías y la   resistencia. 
  
      Aunque existen aproximadamente dos millones de imágenes en   los archivos de más de veinte naciones, la calidad, alcance y contenido   de las imágenes producidas en la literatura académica y popular han   sido muy repetidas durante los últimos sesenta años. 
  
      Por eso, obras como el estudio de Ulrich Keller, con la   reproducción de las imágenes no oficiales tomadas por una compañía de   propaganda alemana en el Ghetto de Varsovia en 1941, es un gran añadido a   la creciente literatura que entrelaza el tema de la investigación del   Holocausto con los análisis referidos a la comunicación fotográfica.   Incluso ese archivo fotográfico fragmentario está ampliamente disperso   en los archivos de ocho naciones y tres continentes. El problema se ve   magnificado cuando se considera el conjunto de series de temas que   comúnmente se usan para englobar el Holocausto. 
  
      Existen, principalmente, dos categorías de archivo que   contienen fotografías del Holocausto. Aquellos definidos específicamente   como archivos del Holocausto incluyen Yad Vashem, el Museo de la Casa   de los Luchadores del Ghetto en Israel, la Biblioteca Wiener en Londres,   y el USHMM en Washington DC. Además están aquellos que tienen un más   amplio espectro: archivos nacionales, archivos de museos y los archivos   privados de los individuos. 
  
      En Polonia, por ejemplo, existen muchos más archivos con   imágenes de la ocupación nazi, que históricamente no han sido   necesariamente vistas como ejemplos reales del Holocausto. También en el   caso soviético, las imágenes de las atrocidades están presentes como   evidencias de los crímenes cometidos contra la población. En los   archivos y publicaciones del Holocausto, algunas de esas imágenes son   usadas como evidencia de los crímenes cometidos contra los judíos. 
  
      Además, hay archivos que no fueron establecidos por   naciones, sino a través de un compromiso personal o político de aquellos   que sufrieron bajo el régimen nazi. Los primeros “guardianes” del museo   del campo de concentración de Auschwitz, por ejemplo, fueron un pequeño   grupo de antiguos presos polacos que regresaron al campo, poco después   de la liberación del mismo, comprometidos con el objetivo de hacer saber   al mundo lo que había sucedido allí. En abril de 1946, un grupo de unos   18 antiguos presos de Auschwitz volvieron al campo con el ánimo de   crear un museo en memoria de todos aquellos que habían sufrido y muerto   allí; poco después otros prisioneros se unieron a ellos. En junio de   1947, una exposición marcó la inauguración formal del museo y el séptimo   aniversario de la llegada al campo de los primeros deportados   prisioneros políticos polacos; asistieron 50.000 personas. Un mes más   tarde, el museo fue oficialmente sancionado por el gobierno polaco. 
  
      Durante los siguientes 10 años una comunidad de antiguos   prisioneros, a la que uno de ellos calificó como “una gran familia”,   vivían y trabajaban en el campo para preservar los edificios y   documentos. Desde el inicio, los visitantes, principalmente de la Europa   oriental y la URSS, fueron para rendir tributo, y los expresos hacían   visitas guiadas. Ya que los antiguos prisioneros eran evidencias vivas   de la historia del campo, en ese período había poca necesidad de   instituciones de investigación en el museo; esta situación no se dio   hasta mediados de los años 1950. Por tanto, no se realizó ninguna   investigación y los detalles sobre cómo y dónde se encontraron los   documentos y fotografías no fueron siempre registrados. Aunque el   antiguo trabajador del Erkennungsdienst Tadeusz Myszkowski trabajaba en   el museo en ese período, no pensó en la necesidad de registrar su   experiencia como prisionero en el campo. 
  
      Las 40.000 fotografías identificativas salvadas por el   ingenio de Brasse y Jureczek fueron las únicas fotografías encontradas   cuando el campo fue liberado. Durante un período de 20 años fueron   saliendo gradualmente a la superficie otras fotografías tomadas en el   campo. En septiembre de 1946, Ludwik Lawin volvió a Auschwitz para   recuperar las 53 fotografías del departamento de construcción que   secretamente había enterrado en los terrenos del campo, en el invierno   de 1944, que aún estaban en el mismo sitio y en buenas condiciones. En   1944 Lawin había dado otro juego de las mismas fotografías a un colega   para enterrarlas en algún lugar, pero el colega no sobrevivió a la   guerra, y se desconoce el lugar en el que están ocultas. 
  
      En 1958, una maleta que contenía unas 2.500 fotografías   familiares que habían sido llevadas al campo por los deportados, fue   retornada al archivo. Se piensa que las fotografías fueron encontradas   durante la liberación del campo y en algún momento posterior llevada   lejos por un trabajador del museo del campo, aunque no se saben los   detalles. 
  
      Los archivos del Holocausto están siendo expandidos no   sólo mediante fotografías donadas por individuos, pero también por   descubrimientos recientes de aquellas tomadas por los nazis o   colaboradores. En 1998 se descubrió una serie de fotografías en color   tomadas por el fotógrafo oficial de Herman Göring, Walter Frentz, en una   maleta por su hijo. Fueron tomadas a mediados de 1944 en la factoría   Dora-Mittelbau, cerca de Nordhausen, donde se estaba realizando el   proyecto de cohetes V2, y mostraba a hombres apenas vestidos en   uniformes del campo, trabajando. En realidad, 20.000 personas murieron   en el campo en las condiciones más espantosas. El descubrimiento de   estas colecciones únicas es, sin embargo, cada vez más crecientemente   raro. 
  
      El número de fotografías en los archivos parece haberse   multiplicado en tanto que el Museo Memorial del Holocausto de Estados   Unidos como Yad Vashem están activamente buscando y copiando material   procedente de pequeños archivos y colecciones personales. Ambas   instituciones amasan las colecciones más importantes de fotografías del   Holocausto.