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Memoriales y monumentos en Polonia

De la vida y muerte de los judíos en Polonia sólo nos quedan aspectos fragmentarios.

Inmediatamente después de la guerra, unos 250.000 judíos polacos regresaron para encontrarse como extranjeros en sus comunidades, que antes de la guerra habían tenido un 50% de población judía. Con las sinagogas destruidas, muchos refugiados sólo encontraron las ruinas de sus comunidades: incluso los centros de recuerdo habían sido destruidos. Al expulsarlos, los nazis también habían destruido aquello que había sido preservado en la memoria de las pasadas generaciones. Algunos de los cementerios más antiguos, como el de Varsovia, donde decenas de miles de personas estaban enterradas, fueron literalmente arrasados de la faz de la tierra.

La percepción polaca de que los judíos polacos asesinados eran una parte integral del martirio de la nación polaca durante la guerra ha provocado que el Holocausto no haya sido percibido como una tragedia judía aislada, sino como parte de una tragedia nacional mucho más extendida.

Este no ha sido un proceso únicamente polaco: de forma similar, muchos grupos y naciones con conexiones o intereses en el Holocausto, han definido sus propias perspectivas particulares, sus propios puntos de vista, en relación con la visión del recuerdo.

En Polonia, Auschwitz no es sólo el símbolo del Holocausto, sino también un símbolo de las atrocidades nazis dirigidas contra la población polaca, que perdió a dos millones de personas durante la guerra. En este país, Auschwitz y el Holocausto fueron, y continúan siendo considerados principalmente a través de la memoria de los supervivientes polacos. Aunque los polacos puedan ser sólo una parte minoritaria de las víctimas (aproximadamente 70.000 personas fueron asesinadas en ese campo), durante muchos años se convirtió en el elemento principal de la memoria y, en cierto modo, oscureció las experiencias del Holocausto judío.

Tras la guerra, los supervivientes judíos no regresaron a Polonia o emigraron poco después, por diferentes motivos (principalmente, el subyacente antisemitismo de la población polaca). La mayoría de los polacos que fueron testigos del proceso de persecución de los judíos sólo vieron su fase prelimitar: la deportación a los ghettos y los campos de tránsito, pero no fueron testigos directos del exterminio de los judíos, y los supervivientes judíos no extendieron sus conocimientos y sentimientos a aquellos polacos que los rodeaban.

Además, tanto la literatura científica como la memorialística no proporcionaron un conocimiento completo sobre el nivel que el Holocausto alcanzó en Auschwitz. Durante muchos años, debido a la destrucción de la mayor parte de la documentación, no hubo datos científicamente documentados sobre el número total de víctimas o su origen nacional. La información disponible no era el resultado de la investigación científica, sino de estimaciones de los tribunales, basadas en los testimonios y en la capacidad del aparato de exterminio. Sólo en los años 1980, utilizando la investigación de las pérdidas biológicas en diferentes países, se determinaron las pérdidas nacionales y se estableció que en Polonia la mayoría de las víctimas eran judías.

Sólo la reflexión histórica, los hechos apoyados por la literatura científica, pueden permitir a los polacos asumir el destino específico de los judíos y la naturaleza única de su persecución, que finalizó con el asesinato colectivo de su población. Así, la sentencia de Elie Wiesel de que “no toda victima fue un judío, pero cada judío fue una víctima”, se ve plenamente confirmada por las realidades históricas.

Después de la caída del Bloque Soviético, durante los años 1990, los historiadores polacos informaron a una gran parte del público sobre muchos aspectos del sufrimiento de los judíos, enfatizando la “exclusividad” del Holocausto y las diferencias entre el Holocausto y otras formas de genocidio contra otros grupos. Un papel importante dentro de esta discusión lo jugaron los cambios introducidos en las exposiciones y publicaciones del Museo Estatal de Auschwitz-Birkenau, en el que previamente no se había centrado el énfasis en el exterminio de los judíos.

A pesar de todas esas dificultades y distorsiones en Polonia, Auschwitz es un elemento integral tanto de la conciencia individual como de la colectiva. Los ejemplos de la memoria individual incluyen lápidas erigidas por los familiares de los presos, que se pueden encontrar en un gran número de cementerios. Otros símbolos de la memoria individual son las velas que se llevan al Museo en fechas señaladas. O las visitas de familiares que buscan documentación, fotografías, etc., sobre sus parientes.

La memoria colectiva sobre Auschwitz adopta tanto la forma espontánea como la institucionalizada. El ejemplo institucional más importante es la creación de un museo en Auschwitz, por iniciativa del parlamento polaco, encargado de la protección de todos los materiales que quedan del antiguo campo, y diseminar el conocimiento sobre lo que allí pasó. Otros elementos de esta memoria colectiva institucionalizada son las ceremonias anuales organizadas para celebrar la liberación del campo, la llegada del primer transporte de presos políticos, etc. La memoria colectiva espontánea se ejemplifica por numerosas lápidas y monumentos erigidos por la población local en las fosas comunes de las víctimas, por ejemplo, de la Marcha de la Muerte.

El hecho de que Auschwitz sea visitado por más de 500.000 personas anualmente, la mitad de ellos polacos, también refleja la memoria y el conocimiento que sobre el campo hay en Polonia. Cada año, estudiantes polacos inician tesis doctorales sobre diferentes temas relacionados con la historia del campo.

Probablemente sean tres los factores principales que influyeron en la capacidad (o incapacidad) polaca para tratar con la memoria del Holocausto: factores políticos, psicológicos y cultural-históricos. El entendimiento de la situación política en Polonia anterior a la guerra es un elemento crucial para intentar acercarnos a las respuestas a la cuestión del exterminio judío. El debate anterior a la guerra (incluso anterior a 1918) entre las facciones pluralistas y nacionalistas de Estado polaco continuaron influenciando a Polonia después de la Segunda Guerra Mundial, y aún es visible actualmente en los intentos de tratar la memoria del conflicto y el genocidio de los judíos.

Como los memoriales del Holocausto en otros países, los de Polonia también reflejan las experiencias del pasado y las vidas actuales de sus comunidades, así como la misma memoria del Estado. Asumiendo las formas idealizadas y los significados asignados a este período por el Estado, esos memoriales tienden a concretizar interpretaciones históricas particulares.

El lugar significativo de martirio nacional en las historias e identidades tanto de polacos como de judíos, complica la delicada ecuación de la memoria en Polonia. Polonia ha exaltado su martirio hasta un punto que rivaliza el lugar de la catástrofe en la memoria judía. Polonia se ha convertido en una nación cuya destrucción ocupa un elemento central en la memoria y la identidad nacional.

Como resultado del exterminio de los judíos polacos y su casi completa emigración después de los ataques antisemitas de 1946, casi toda la memoria del pasado quedó en manos polacas, y así reflejó una visión característicamente polaca de los hechos, obviando su ambivalencia y también la necesidad polaca de un pasado judío.

Reconocemos que los espacios memoriales inevitablemente asumen vida propia, dependiendo de los atributos de aquellos que los visitan o la vida que se les atribuye: si la población de los alrededores es polaca y cristiana, entonces habrá mucha memoria polaca y católica. Los católicos polacos recordarán como católicos polacos, incluso cuando recuerden a las víctimas judías. El problema no es que los polacos, deliberadamente, desplacen la memoria judía del Holocausto con la suya propia, sino que en un país despojado de judíos, los memoriales pueden hacer muy poco más que cultivar la memoria polaca. En este sentido, Auschwitz es uno de las docenas de memoriales dedicados al martirio de “los polacos y otras naciones”.

Actualmente hay un renacimiento del interés en la vida y la muerte de los judíos en Polonia, una reintegración de las pérdidas judías en Polonia, dentro de la herencia nacional polaca.

Por sí mismos, estos lugares llenos de ruinas y de destrucción carecen de la “voluntad de recordar”. Es decir, sin la intención de la población de recordar, las ruinas permanecen poco más que como objetos inertes del paisaje, sin cubrir con los significados creados por nuestras visitas. Por un lado, recordamos que fue iniciativa estatal preservar esas ruinas (de su voluntad de recordar) lo que transformó los centros de destrucción histórica en “lugares de memoria”. Por otro lado, esos sitios de memoria comienzan a asumir vida por sí mismos. En algunos casos, los memoriales creados a imagen de un ideal del Estado actualmente se han transformado para conseguir ideales nacionales a imagen del memorial. Las generaciones posteriores visitan los memoriales bajo nuevas circunstancias y las dotan de nuevos significados. El resultado es una evolución en el significado del memorial, generado en la nueva época.

Sin embargo, memoriales como los de Majdanek y Auschwitz tienen un impacto devastador: obligan al visitante a aceptar el hecho horrible de que lo que nos muestran es real. En ambos casos, los campos parecen haber sido preservados casi exactamente como los soviéticos los encontraron: las torres de guardia, alambradas, barracones, crematorio (convertido en mito en todas partes) aquí se mantienen visiblemente intactos. En contraste con los memoriales localizados lejos de los sitios de destrucción, los restos aquí tienden a colapsar la distinción entre sí mismos y lo que evocan. En la retórica de sus ruinas, esos memoriales no sólo parecen un gesto hacia el pasado, sino que sugieren que son también fragmentos de hechos, invitándonos a introducirnos en la historia misma.

Los fragmentos de lápidas judías rotas se han convertido en la iconografía predominante para la memoria pública de la Shoah en la Polonia actual. Los diseñadores de los memoriales sugieren con ellos que ni el pasado ni la memoria pueden volver completamente en ningún momento. Los fragmentos no están recuperados ni organizados sobre un tema que no sea el de su propia destrucción. Representan una nueva memoria colectiva judía, recuperada pieza a pieza, en una forma que muestra tanto la destrucción como la imposibilidad de reconstrucción. Más que la reparación de las palabras de los epitafios quebrados, preservan la ruptura: los monumentos de lápidas rotas conmemoran su propia fragilidad, y muestran los fragmentos como fragmentos, nunca como conjuntos reconstruidos. Las tumbas rotas y los restos similares de la vida judía en Polonia se han convertido ahora en el elemento en el que la memoria contemporánea se une. Estos restos permanecen inertes y amnésicos, pero proyectan una imagen pública específica tanto del pasado judío en Polonia como de su destrucción.

En el gran memorial de Treblinka, por ejemplo, tal vez el más magnífico de todos los memoriales del Holocausto, 17.000 rocas de granito nos recuerdan un enorme cementerio. En el centro de este paisaje de fragmentos, un obelisco de ocho metros de alto de bloques de granito. 15 años después del final de la guerra, ningún memorial, de ningún tipo, marcaba Treblinka, el más mortífero de todos los campos de exterminio. Después de una referencia narrativa directa a las víctimas judías en la entrada, el carácter judío del memorial sólo se puede descubrir sutilmente de forma iconográfica: un menorah (candelabro ritual) está grabado en el obelisco, en su lado posterior. En la base del obelisco, una placa de piedra señala en yiddish, ruso, inglés, francés, alemán y polaco: “nunca más”.

El gobierno polaco tiene numerosas razones para preservar los memoriales judíos del período del Holocausto, incluso para construir nuevos, como la Umschlagplatz o la Ruta Memorial. Primero, para reincorporar a los judíos polacos (incluso en ausencia) en su herencia nacional: el Estado crea la posibilidad de representar la experiencia polaca de la Segunda Guerra Mundial a través de la figura de sus judíos muertos; la destrucción de los judíos en Polonia representa crecientemente la devastación de todo el país y señala el intento de genocidio de la nación polaca como conjunto.

Segundo, nacionalizando la memoria del Holocausto el antiguo gobierno prevenía que fuese dirigida contra los intereses del Estado por parte de grupos disidentes. Las conmemoraciones estatales en el Monumento del Ghetto de Varsovia, por ejemplo, eran utilizadas para dificultar la adopción, por parte del sindicato Solidaridad, de este espacio de resistencia. La cuestión esencial es menos que los polacos se recuerden a ellos mismos o a sus antiguos compatriotas judíos en esos monumentos, que las consecuencias que tiene para el propio entendimiento del público de su propio pasado, cuando lo recuerda en la figura de otras personas.

Una de las consecuencias del Holocausto es que gran parte de la vida judía en Polonia se ha convertido en una larga conmemoración de la muerte, transformando a los jóvenes judíos polacos (y también a los no judíos) en vigilantes y archivistas permanentes de esa memoria.

El debate que se ha iniciado en Polonia provoca algunas cuestiones. En primer lugar, porqué está Polonia revisando actualmente el esquema en blanco y negro de su interpretación histórica. En segundo, porqué es necesario recordar a los polacos que ellos no fueron las únicas víctimas de la Segunda Guerra Mundial y, además, que en ocasiones actuaron como perpetradores.

Mientras tanto, cientos de grupos de turistas judíos procedentes de Estados Unidos, la Europa occidental e Israel visitan Polonia cada año, en los denominados “tours del Holocausto”, para conocer el paisaje memorial polaco: campos de exterminio, cementerios, antiguas sinagogas, museos judíos y monumentos diversos. Los nuevos proyectos memoriales judíos encuentran crecientes simpatías tanto a nivel local como estatal. Muchos son construidos simultáneamente para recordar y atraer visitantes: los turistas son invitados por su contribución a las economías locales. Se trata de la dimensión más banal de este aspecto de los memoriales, pero es una dimensión que no puede ser ignorada para entender la combinación de pensamiento, trabajo y motivos que sostienen la memoria del Holocausto en cualquier país.