El debate sobre la memoria
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Fotografía e investigación histórica
La fotografía y la representación de la memoria
El dilema sobre la fotografía


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La fotografía como evidencia
La representación gráfica y la construcción de la memoria colectiva del Holocausto


La fotografía y la representación de la memoria


Oleadas de memoria

En la primera oleada de memoria, la fotografía ofrecía una base contra la posición de la experiencia inicial de la brutalidad nazi. En la segunda oleada, las atrocidades se convirtieron en algo casi inexistente, sus fotografías descriptivas supusieron una base inarticulada de la memoria de las atrocidades.

Hacia finales de estas dos oleadas de memoria, sin embargo, la fotografía tendría un papel diferente. Desde finales de los 1970 en adelante, el trabajo de la memoria se convirtió en un elemento primario, y la fotografía se convirtió en la figura más allá de la base de la representación del Holocausto. Para los años 1980, hubo un cambio desde la escasez hasta el exceso, desde un silencio poco auténtico a lo que a menudo parecía como una observación con el auténtico trabajo de la memoria.

Los campos de la Europa nazi cambiaron en la conciencia popular cuando acabaron los años 1970. Cuando la indiferencia de las tres décadas anteriores comenzó a disminuir, hubo un resurgimiento del trabajo de la memoria que renovó el acto de testimoniar en la imaginación popular. La fotografía se convirtió en la figura más que en la base de la representación del Holocausto, y la brutalidad de la Segunda Guerra Mundial se convirtió en un elemento central de las recolecciones contemporáneas del pasado.

Las oleadas del trabajo de la memoria hicieron ascender y caer las atrocidades nazis en la discusión pública durante tiempo: un período inicial de alta atención persistió hasta el final de los 1940; fue seguido por un período de amnesia que se entrelazaban desde el final de los 1940 hasta finales de los 1970; y fue seguido por un renovado período de trabajo de memoria intensiva, desde finales de los 1970 hasta la actualidad. En los primeros dos períodos, las fotografías se convirtieron en una razón sin explorar los elementos reales de la atrocidad; en la más reciente, la fotografía misma se convierte en una figura que vuelve a contar las historias de la brutalidad nazi.

En los tres niveles, la memoria de las atrocidades se ha ido formando por el hecho de que no se ha desarrollado ninguna estructura sostenible para el entendimiento de los hechos del Holocausto. Cuando la historia de las atrocidades se alejó del núcleo de los hechos, fracasó al asignar de nuevo el horror del pasado en lecciones comprensibles para el presente, elevando cuestiones sobre los límites de la experiencia histórica.

Recordar, por tanto, ofrece respuestas incompletas a la brutalidad nazi. Al mismo tiempo, el paisaje de la memoria visual introducido por las fotos de 1945, produjo una variedad de capacidades para recordar. Su empuje inicial hacia una historia de las atrocidades más amplias satisface las diferentes demandas de las comunidades interpretativas, intentando aceptar el hecho de atestiguar con el tiempo.

La primera oleada de memoria: la fotografía como base

La circulación de las fotos de atrocidades las transformó en testimonios, y han sido transformadas en una fuente primaria, un “símbolo visual del Holocausto”. Las imágenes eran elementos centrales, y las palabras no lo eran. Las frases vagas sólo ocultaban a los lectores lo que ellos estaban viendo en las imágenes (“hablar un lenguaje que está todo demasiado claro”).

Los primeros intentos de memorializar los horrores del nazismo se produjeron en la amplia historia de la atrocidad que las imágenes habían ayudado a introducir. Las fotografías, como quedaba implícito, serían una forma primaria de recuerdo de los horrores nazis. Así, esa premisa dependía del entendimiento de la fotografía en términos de su simbolismo y de su fuerza de referencia.

Durante los años 1940, por tanto, hubo una gran cantidad de expresiones sobre las atrocidades nazis. Las historias e imágenes de la brutalidad nazi fueron, en todas partes, autentificadas en gran parte a través de relatos e imágenes de los campos de concentración: eran tan numerosas y detalladas que constituyeron lo que Sidra DeKoven Ezrahi ha denominado “el imperativo testimonial”. Esta primera oleada de memoria fue caracterizada por una constante necesidad de dar testimonio, incluso si el acto persistía en una versión más truncada que en el inmediato período de posguerra.

Esta primera oleada del trabajo de la memoria estuvo caracterizada por dos tendencias memoriales: una continuada necesidad de testimoniar las atrocidades en recolecciones públicas y un deseo tanto de dar testimonio como de olvidar las atrocidades en las memorias profesionales, la última motivada en parte por una ambivalencia hacia la fotografía. La tensión entre las dos formas de recolección, se reducirían en la segunda oleada de la memoria, cuando la primera ambivalencia de la prensa fue mejor marcada por la amnesia colectiva hacia la población en general.

La segunda oleada de memoria: la base para la amnesia colectiva

Cuando la historia se transformó en memoria, el ánimo original de recordar las atrocidades (dar testimonio) tomó un nuevo significado. Las pautas iniciales de la historia se había ya distanciado de las representaciones de los detalles del recuerdo inicial de las atrocidades, y su empuje interpretativo más amplio tuvo especial relevancia en la colección de memoria, que prosperaba en mensajes universales y generalizados sobre el pasado.

La forma de dar testimonio también se transformó, cuando la necesidad original de asumir responsabilidades por lo que había pasado comenzó a disiparse en la imaginación pública. Como Leon Wieseltier señalaba: “la memoria de un hecho [era en sí misma] una interpretación de los hechos”, y las fotos de atrocidades, como navíos de la memoria, se convirtieron en una base con limitados parámetros para considerar, desafiar y rearticular la historia de las atrocidades con el paso del tiempo.

Las imágenes, a menudo más que las palabras, ofrecían para muchos un “flash de memoria” que reflejaba la extensión en la que la humanidad se había hundido durante la Segunda Guerra Mundial. Como el poeta A. Álvarez señaló, dos décadas después, “mientras todas las miserias de la Segunda Guerra Mundial habían desaparecido, la imagen de los campos de concentración persistía”. Las imágenes ayudaban a mantener vivas las atrocidades. Según las palabras del crítico fotográfico Allan Sekula, cuando las fotografías entraron en escena “todas las otras formas de recuerdo comenzaron a desvanecerse”. Entre muchos de los que vieron las fotos, el hecho de haber sido testimonios era considerado como una forma suficiente de inscribirlo en la memoria para siempre. El enorme horror parecía ser una razón suficiente para solicitar que la atención del mundo se mantuviese centrada en la barbarie nazi. Las memorias de las atrocidades nazis se convirtieron en un sentido en un campo de juego para la reconfigurar el pasado en el presente.

La memoria colectiva ofrecía variadas opciones para dar sentido a la atrocidad, y las personas invocaban su pertenencia a más de un colectivo, por lo que, por definición, formaban más de una memoria de la brutalidad nazi. Las memorias de los campos ofrecían tanto amplios parámetros para recordar como recolecciones más particulares de comunidades representativas que fueron constituidas y reconstituidas a través de líneas étnicas, raciales, religiosas, de edad, clase, profesión, etc. Tales memorias fueron formadas por una serie de prácticas, formas y elementos culturales (museos, peregrinajes, retrospectivas, aniversarios, conmemoraciones, etc.), y los parámetros para el recuerdo requerían que lo que era presentado originalmente fuese reciclado con el tiempo.

La memoria del Holocausto capturó la imaginación pública desde finales de los años 1970 y los años 1990. Durante este período, la memorialización tomó forma como una empresa referente al Holocausto, estableciéndose nuevamente tanto como un sujeto académico y en una serie de representaciones de cultura popular. Esta “reelaboración” del pasado centró la atención más al acto de recordar que no al hecho que estaba siendo recordado.

Un buen número de hechos reposicionaron el Holocausto como el objetivo del trabajo de la memoria, finalizando el primer período de amnesia. El empuje por recordar fue iniciado por hechos que tanto incrementaron el reflejo público como facilitaron la posibilidad de recordar y conmemorar el pasado. Los juicios públicos (incluyendo el de Eichmann en Jerusalén en 1961-1962, y el juicio de Auschwitz en Frankfurt en 1964-1965) introdujeron un cierto cierre sobre aquellos elementos que se centraban en las atrocidades. Los temas relacionados con la identidad nacional judía cristalizaron a través de hechos como la Guerra de los Seis Días en 1967 y la Guerra del Yom Kippur en 1973, llevando las atrocidades nazis hacia la vanguardia de la conciencia nacional judía. Además, el envejecimiento y muerte de los supervivientes suponía una necesidad urgente de trabajo de memoria.

Otros desarrollos promovieron un reconocimiento paralelo de la fotografía, que a su vez centró su atención en las atrocidades. Un cambio en la estética de las fotos de guerra tuvo lugar con Vietnam, que ahora describían la grave situación de los civiles dentro del amplio contexto de la guerra.

A finales de los 1980 y comienzos de los 1990, la memoria se había convertido en la norma. Cuando las revoluciones de finales de los 1990 obligaron a abrir el pasado de la Europa oriental, las memorias de la guerra quedaron bajo un creciente escrutinio público. El nuevo énfasis en la memoria del Holocausto (no como un elemento secundario en el discurso, sino como uno principal) tomó forma directa en la discusión sobre el Nacionalsocialismo. A comienzos de los 1990, abundaban los libros con títulos que incorporaban nociones de memoria, tales como los de Wiesel, Young, etc., que señalaban la relevancia del trabajo de la memoria cuando se referían a las atrocidades. Los negacionistas del Holocausto fueron designados como “asesinos de la memoria” y “enemigos de la memoria”. La negación misma fue enmarcada como “un asalto a la verdad y la memoria”.

El interés en las atrocidades nazis renovó el uso de sus términos e imágenes y los reconfiguró como elementos de memoria. El Holocausto se convirtió en un camino para enmarcar las atrocidades de la Segunda Guerra Mundial, un símbolo que resumía y condensaba dentro de un término único el enorme y complejo proceso en muchos países y circunstancias diferentes, por lo que seis millones de vidas judías fueron convertidas en nada. Ampliando las relaciones detalladas de los campos en una serie mayor de historias del Holocausto, el público ahora era capaz de atender al tema de la brutalidad nazi sin un pleno entendimiento de cómo o porqué de esas atrocidades tuvieron lugar.

Cuando la conciencia del Holocausto aumentó hasta acomodar la historia de las atrocidades con menos incomodidad visible, aquellos originalmente asociados con los campos que se habían mantenido en silencio comenzaron a reclamar atención. Los supervivientes veían una nueva voluntad de los otros para ver y oír sus testimonios. Los soldados que se habían liberado de los campos comenzaron a ofrecer lecturas públicas sobre sus experiencias. Algunos aportaban fotos, memorias que durante décadas no habían expresado aquello que habían visto.

Los cambios comenzaron también a integrar el Holocausto en la enseñanza secundaria y superior, introduciéndose en los textos escolares y añadiendo cursos sobre el Holocausto a los criterios formativos universitarios.

Todo este proceso sugería que se estaba formando una activa cultura popular sobre la historia del Holocausto y las atrocidades nazis: por ejemplo, cuando la película “La lista de Schindler” ganó un Óscar a la mejor película, en 1993, convirtiendo el Holocausto en un elemento accesible a la población. Todo esto sugiere que se estaba creando una cultura popular que estaba naciendo a partir del hecho de dar testimonio, pero en muchas ocasiones erosionándola, a través de un proceso de recontextualización.

A partir que el énfasis en los mecanismos de memoria redireccionaban la atención a las formas y estrategias por las que las memorias habían tenido lugar, también generaban sospecha sobre su uso. En otras palabras, el nuevo énfasis en los navíos de la memoria relativizaban las representaciones del pasado que producía.

La centralidad de la memoria visual

Las fotos comenzaron a aparecer en presentaciones convencionales, describiendo imágenes familiares de grupos de supervivientes y descripciones u objetos de la atrocidad. Raramente aparecieron en esta fase otros tipos de descripción, los que se centraban en el acto original de dar testimonio.

El hecho de que las mismas fotos fuesen frecuentemente utilizadas en diferentes contextos nos muestra cómo el auténtico contexto de la foto variaba su significado, según el uso que se le daba. Las fotos de atrocidades comenzaron a resurgir como elementos de autentificación. Las imágenes contemporáneas de los supervivientes o de los lugares de memoria eran a menudo puestas junto a fotos antiguas, de forma que se acentuaba el paso del tiempo. Elementos como antologías, cronologías, y descripciones del período comenzaron a documentar el Holocausto a través de las fotos. Las imágenes originales de los supervivientes del Holocausto fueron mostradas junto a descripciones verbales de los acontecimientos.

El recuerdo comenzó con un largo reconocimiento de la fotografía, que resucitó la imagen fotográfica. Reconociendo la fragilidad del trabajo de memoria, las fotos de atrocidades continuaron invocándose como vehículos de la memorialización popular del Holocausto.

Cuando se usaron las fotos, en los años 1990, la memoria de las atrocidades fue realzada por dos prácticas particularmente prominentes: la memoria conducida por acontecimientos, memoria relacionada a la conmemoración de ciertos hechos; y una memoria conducida por ruptura, memoria que relacionaba rupturas en el consenso en curso sobre la historia de las atrocidades.

En el primer caso, la memoria conducida por acontecimientos, las fotos fueron usadas para representar una amplia serie de eventos, no todos ellos directamente relacionados con lo que se estaba describiendo. Las fotografías funcionaban como clavijas de la memoria: la información visual que transportaba tendía a mantenerse idéntica, mientras que su contextualización verbal cambiaba con el tiempo. Esto tuvo un efecto a la hora de entrelazar a los lectores con el pasado a través de elementos visuales, mientras que las narraciones, por su parte, viajaban a través de varias tangentes hacia el presente. Ciertas fotografías se convirtieron en candidatas populares para el reciclaje, y se tendía a escoger imágenes frontales de grupos de supervivientes. Cada nación, generalmente utilizaba aquellas fotos de los campos que eran más centrales a sus memorias colectivas.

Su utilización como herramienta conmemorativa, revela las características cruciales del trabajo de la memoria, señalando cómo una característica constitutiva de los hechos que podía ser velada o reorganizada, para hacer efectiva la memoria. También sugiere, nuevamente, cómo las imágenes pueden trabajar mejor en la memoria como una herramienta de relevo de noticias. Las formas originales de documentación visual (por la que el hecho descrito no era necesariamente el hecho discutido) producían nuevas formas de memoria visual que más diferenciaba el registro desde el hecho recordado. La memoria conducida por acontecimientos ofrecía así formas adicionales para usar las fotos de atrocidades que fueron irrelevantes para su registro original.

Esta fue, por tanto, la nueva forma de dar testimonio, donde el objeto de atención era la memoria y la invocación de la memoria en la vida diaria de la actualidad.

En el segundo caso, la memoria conducida por ruptura usa las fotos para estabilizar esa memoria. La ruptura surgió sobre la cuestión de cómo recordar las atrocidades, por ejemplo, en el debate de cómo conmemorar el 50 aniversario de la liberación de Auschwitz; en ese caso, los grupos de judíos invitados a la ceremonia se quejaban de que había estado pobremente planeada y que su sabor “nacionalista” oscureció la victimización judía. Implícita en la cuestión de cómo recordar estaba una cuestión secundaria, relacionada con el vehículo de la memoria y cómo podía hacer su trabajo más efectivo. Así, la memoria del Holocausto pasó a nuevos niveles de elaboración transformándose en el “cómo” de la memoria. La evidencia visual era aquí crucial. Se usaron las fotos para estabilizar el discurso cuando era más inestable, presentando la evidencia visual para eliminar las ambivalencias preexistentes. Las descripciones de elementos y objetos de la memoria (cámaras de gas, hornos crematorios, etc.) aparecieron siempre que las rupturas se desarrollaban en el consenso popular sobre qué había pasado.