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La fotografía y la representación de la memoria
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La fotografía como evidencia
La representación gráfica y la construcción de la memoria colectiva del Holocausto


La fotografía y la representación de la memoria


La imagen en la memoria colectiva

A comienzos de los años 1980, la conmemoración del Holocausto como un tema específicamente judío fue ganando impulso en las democracias occidentales. El final de la Guerra Fría tuvo una decidida influencia en la forma en que la nueva memoria del Holocausto fue construida. Con el declive del poder comunista, los Estados Unidos necesitaban un nuevo “mal” simbólico para afirmar los valores de la democracia occidental, y el espectro del nazismo fue temporalmente reavivado. Mientras que el mundo “posmoderno” se fue haciendo cada vez más y más mediatizado a través de la representación, las imágenes del Holocausto estaban siendo crecientemente tejidas en otras fórmulas culturales, mientras que su estatus iconográfico era explotado en su propio beneficio.

Las imágenes de las atrocidades nazis fueron ampliamente representadas para impactar en el público nuevamente. Además de imágenes de los campos liberados por los aliados occidentales, ahora había imágenes de Auschwitz-Birkenau, especialmente aquellas del álbum de Lili Jacob, junto con imágenes de atrocidades tomadas por judíos y miembros del ejército alemán.

En los Estados Unidos, museos, memoriales, exposiciones, “centros del Holocausto” y cursos universitarios sobre el Holocausto proliferan en lo que Finkelstein denominó “la industria del Holocausto”. Esta industria se asentaba fuertemente en imágenes, y las representaciones se montaban en los centros memoriales del Holocausto. El Holocausto atrapó la imaginación de los americanos y pasó a ser presentada, como Novick señaló, como “no sólo una memoria judía sino una memoria americana”. Se hizo tan popular en los Estados Unidos que había una preocupación entre aquellos sobre si su representación estaba teniendo un efecto de detrimento en la memoria de los judíos.

La primera mayor representación en los medios de comunicación del Holocausto fue la serie de televisión americana de 1978 “Holocausto”, vista por millones de espectadores en todo el mundo. Para muchos, era la primera vez que se habían confrontado con la idea de que millones de judíos habían sido asesinados por los nazis. En la Alemania occidental, la serie fue mostrada, a pesar de la oposición de los periódicos y la televisión oficiales. Por ejemplo, Radio Bremen, en lugar de mostrar la serie “Holocausto”, proporcionó una extensa cobertura del juicio de los crímenes de guerra de Majdanek, que se realizó en Düsseldorf durante tres años.

Las imágenes de las memorias colectivas son esquemáticas, ausentes del detalle de las imágenes de la memoria personal. Las discusiones de las memorias visuales se convierten en algún nivel de discusión en la cultura práctica. Por definición esto conecta las memorias visuales con elementos social, política y económicamente culturales, y sanciona modos de interpretación, con los que ciertos usos de las imágenes son legitimados.

Las imágenes continuaron haciendo en la memoria lo que habían hecho en el momento de la liberación de los campos (mover la historia de las atrocidades desde el contingente y lo particular a lo simbólico y abstracto). Recicladas ahora en formatos representativos adicionales, las fotos continuaron marcando los amplios golpes de la memoria de las atrocidades, donde se mantenían vivas al mismo tiempo que facilitaban su transformación en representación.

Sin embargo, las imágenes marcaban diferentes formas de memoria. Para los supervivientes, las fotografías realizadas desde 1945, servían como evidencias de su propia experiencia de sufrimiento. Otros individuos que habían experimentado los campos de otras formas (liberadores, periodistas, fotógrafos) testificaron también que el poder mnemónico (ensamblador) era tan grande que desplazaba a las memorias individuales. Los soldados relacionados con la liberación testificaron una y otra vez el poder de las fotografías para anclar lo que recordaban.

Los alemanes nacidos tras el Holocausto se vieron particularmente afectados, como un estudioso posteriormente señaló: “Las imágenes en blanco y negro fueron mi memoria más perdurable del Holocausto. Los primeros judíos que conocí fueron documentados en fotografías: trabajadores esclavos, internos, esqueletos, cuerpos. Y recuerdo las imágenes de arrestos, pasar lista; pilas de fotos, zapatos y ropas… En esas fotografías, el pueblo judío fue muriendo una vez y otra –las víctimas eternas. Fueron transformados en una metáfora de la muerte”.

Las imágenes de los campos, por tanto, autentificaron la experiencia personal y soportaron la ausencia de experiencia, la encarnación del hecho de dar testimonio.

En muchos casos, el uso de fotografías para ilustrar una historia sobre atrocidades estaba restringido a una serie de marcos recurrentes. El final de la guerra silenció temporalmente la capacidad verbal de explicar lo que había sucedido bajo el nazismo; este silenciamiento no sólo reflejó la falta de adecuación del mundo, sino que posicionaba las atrocidades nazis en la conciencia de posguerra a través de una profusión de imágenes de dimensión familiar de las primeras representaciones, y ya en los primeros años tras la guerra el hecho de dar testimonio comenzó a cambiar para acomodar esta necesidad de un marco visual de referencia más truncado sobre la atrocidad.

Los seres humanos demacrados de estas fotos marcaban la historia hacia un sentido de esperanza en el futuro. Además, los objetos de la atrocidad reforzaban la naturaleza industrial de las masacres; mostraban repetidamente equipajes vacíos, ropas colgadas, cenizas, cámaras de tortura y de gas. Este tipo de imágenes emblemáticas de la brutalidad nazi, resurgían particularmente cuando los desafíos verbales al consenso popular sobre lo que había sucedido en Alemania comenzaron a formarse. Las imágenes reflejaban objetivos simplificados y esquemáticos de descripción, más que el más complejo entrelazamiento sugerido con diferentes tipos de grupos, diferentes clases de testimonios, diferentes objetivos de testimonio, y diferentes prácticas de testimoniar, todo lo cual caracterizaba a las primeras fotos. Las nuevas preferencias por las fotos descriptivas de los supervivientes y los objetos de las atrocidades sugerían que el acto de testimoniar se había transformado.

No fue sorprendente que los años 1940 dieran paso a que en los 1950 al acto de dar testimonio comenzase a perder su significado esencial. La necesidad popular de ver y escuchar las atrocidades nazis se desvanecía, como si las atrocidades y la atención que se merecían comenzasen a perder significado como forma de consenso público. Las historias de las atrocidades ya no servían al mismo propósito político sancionado que habían tenido cuando recogían apoyo para el esfuerzo de guerra o el consenso de la inmediata posguerra. Y así comenzó un período de amnesia.

La amnesia tuvo muchos orígenes: antisemitismo latente, culpa por la inacción y una imposibilidad de entender lo que había sucedido. Todo ello implicaba el acto de dar testimonio. La ambivalencia también derivó de una sobresaturación de detalles que habían aparecido en el período de la inmediata posguerra. Para algunos, las historias e imágenes de los campos se habían convertido en elementos demasiado implacables para recordar lo que había pasado.

Los cambios en el clima político global y el desarrollo económico de posguerra, también introdujeron el mandato de “ver” lo menos relevante. Durante los 1960, los judíos casi no hicieron mención pública al impacto del Holocausto en sus vidas, como si hubiese sido virtualmente invisible. El testimonio de las atrocidades comenzó así a tener cada vez menos resonancia, conforme el tiempo pasaba. Desde finales de los 1940 hasta finales de los 1970, las historias e imágenes de las atrocidades pasaron a un segundo plano de la memoria, donde apenas se distinguían. Esto convirtió las memorias del Holocausto en evidencias impopulares de un pasado que nadie quería recordar. Así, aquellos relacionados con los campos aprendieron, desde los 1940 en adelante, a mantener sus experiencias dentro del ámbito estrictamente privado.

Durante este período se hizo muy poco, desde el punto de vista memorial institucional, hacia las víctimas del nazismo: se construyeron pocos memoriales, y la conciencia del Holocausto quedó restringida a los grupos de supervivientes y a ciertos círculos académicos. Incluso la creciente disponibilidad de documentación y la persistente insistencia de los supervivientes no cambiaron las cosas.

La indiferencia por las atrocidades se extendió también al sistema educativo donde, a pesar de los esfuerzos de aquellos que intentaban mantener una mejor integración, las historias de atrocidades se mantuvieron generalmente ausentes de los textos y currículums de historia de Europa. Los supervivientes de los campos comenzaron a ser vistos como portavoces poco creíbles de lo que había sucedido. Cuando las primeras historias de los campos y la brutalidad nazi comenzaron a ser escritas, los testimonios de aquellos que habían experimentado los campos fueron obviados. Como reconocieron posteriormente los estudiosos del genocidio, olvidar el Holocausto se había convertido en una parte importante del orden del día histórico. En los años 1980, aún se podían oír quejas de que en los libros de historia moderna, las atrocidades quedaban totalmente encubiertas. Incluso los mapas de Europa en esos libros de textos tenían incongruencias en referencia a los hechos de la Segunda Guerra Mundial: se mostraban silenciosos sobre Dachau, Buchenwald y el resto de los campos donde los alemanes habían encarcelado y destruido a los judíos.

Los vehículos de la memoria (palabras, fotografías, objetos, etc.) no desaparecieron, sino que continuaron existiendo como el trasfondo de memorias inactivas. Cuando la amnesia aumentó, la historia de las atrocidades fue considerada parte de una historia más importante de la guerra: mientras que el conflicto fue reconfigurado en historias de aventuras e historias de las gloriosas luchas contra el Fascismo, su lado más oscuro, la historia de las atrocidades, minaba el efecto de aquellas historias. Sus nuevas explicaciones fueron ghettoizadas como un hecho apenas sin importancia moral, restringida a las actividades asociadas con los relatos del Holocausto. Estas imágenes eran particularmente una potente representación de la historia de las atrocidades, y los libros y documentación fotográfica de la guerra apenas mostraba imágenes de los campos. Cuando aparecían, eran presentadas como recordatorios del nazismo, no precisamente descripciones de los campos.

La siguiente oleada de memoria de las atrocidades produjo respuestas que influyeron en el transcurso de las identidades culturales, tecnología y profesionalismo, al mismo tiempo que reconfiguraban el hecho de dar testimonio. Todas las formas de memoriales, incluyendo fotografías, monumentos y museos, son un hecho en el proceso de luto. Hacemos memoriales, por lo que también podemos comenzar a olvidar.

Es posible que durante aquellas décadas, la población no estuviese preparada para transponer sus memorias en objetos memoriales. Los objetos de la historia necesitaban adaptarse antes de ser colocados en clases de memorias que pudiesen trabajar como un significado colectivo de representación sobre el pasado. Desde este punto de vista, los iconos de la memoria, las fotografías principalmente, entrelazaban el origen del trabajo de la memoria hasta que pudiesen establecerse estos elementos.

El hecho de que el Holocausto hubiese dejado su marca en la memoria humana, también ha dejado un shock profundamente arraigado y una ansiedad que el acercamiento histórico racional nunca hubiera podido igualar. Como cada conocimiento psicológico, estos traumas fundamentales necesitan ser llevados a la superficie, no para ser racionalmente conocidos, sino para ser emocionalmente confrontados, para ser formados y reformados en historias plausibles hasta que dejen de dañarnos. A corto plazo, necesitamos transformar el hecho en ficción, es decir, que después de todo, es la forma más efectiva de enfrentarse con el sufrimiento mental.

La interpretación de cada nación de los hechos de la guerra se ha transformado, así como el uso de las imágenes. Las imágenes de los campos que ahora se consideran símbolos de la persecución nazi y de la aniquilación de los judíos, fueron vistas de forma muy diferente tras la guerra. La memoria siguió un sendero nacional que a menudo no tenía espacio para los judíos. En el Oeste, los resistentes, judíos y perpetradores tomaron miles de fotografías, que se mantuvieron inalteradas en colecciones públicas y privadas. En Gran Bretaña, las películas sobre la guerra retrataban a los nazis persiguiendo a los héroes británicos, no a las víctimas judías; en Polonia, fueron los polacos, no los judíos, los que fueron descritos como las víctimas principales el Nacionalsocialismo.

También hay que tener en cuenta la forma en que la Guerra Fría influenció en el uso de las fotografías del Holocausto. Las imágenes de las atrocidades nazis empleadas por los soviéticos y otros países del Bloque soviético alertaban contra el surgimiento del neo-nazismo en el Oeste, o servían para atacar la formación de la OTAN y el rearme de la Alemania Occidental. Se tardarían décadas hasta que las imágenes soviéticas de Auschwitz-Birkenau fuesen bien conocidas en el Oeste. Irónicamente, las imágenes que durante muchos años habían aparecido principalmente en la Europa Oriental o que habían sido olvidadas se convirtieron ahora en importantes materias primas visuales de los museos y exposiciones del Holocausto en el Oeste. Eso nos puede llevar a preguntarnos si Majdanek es actualmente menos conocido y menos visitado que Auschwitz-Birkenau porque era menos importante, o si lo es sólo porque hay muchas menos fotografías del centro de exterminio de Majdanek. La apertura de nuevos museos del Holocausto ha expandido el mercado de imágenes de las atrocidades nazis.

Kramer reta a los historiadores a pensar seriamente no sólo sobre las imágenes fotográficas que sirven como evidencias documentales, sino también sobre las imágenes ficticias de la Shoah que han creado el cine, la televisión y las artes. La efímera naturaleza de las películas y la televisión permite a los escolares ignorar el impacto de ese mundo visual ficticio en la transmisión y recepción de imágenes del Holocausto. Sin embargo, sugiere que todas las imágenes de la Shoah (tanto ficticias como reales) probablemente ejercen una influencia global más rápida en la imaginación popular del genocidio que los textos escritos, porque esas imágenes pueden ser consumidas sin necesidad de traducción: “la internacionalización de la memoria de las imágenes tiene lugar más rápida y suavemente que la internacionalización del discurso literario”.