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La fotografía y la representación de la memoria
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La fotografía como evidencia
La representación gráfica y la construcción de la memoria colectiva del Holocausto


La fotografía y la representación de la memoria


La fotografía y los memoriales

Muchos alemanes han pasado a considerar las imágenes fotográficas como importantes sitios de memoria, incluso cuando esas imágenes no describen escenas de sus propias historias o experiencias.

Los lugares memoriales y conmemorativos son espacios públicos que permiten la reflexión pública y privada. El lector es invitado a entrar a ese espacio memorial y contemplar esas ideas en un marco contextual abierto. La relación entre el trabajo y su recepción pública puede extenderse mucho más allá del contexto local de un sitio memorial, porque un sitio nunca es neutral, sino que las agendas históricas y nacionales son elementos que en todo momento afectan a su consideración pública y política.

Algunas autoridades de memoriales de campos de concentración también han producido excelentes libros de fuentes fotográficas sobre sus sitios particulares. Los mejores ejemplos son los volúmenes respectivos sobre Dachau y Auschwitz. Si cada museo memorial estableciese volúmenes similares, se estaría haciendo un avance sustancial en la eliminación de nuestra ignorancia del archivo visual del Holocausto. Pero está claro que aún queda mucho para analizar la historia fotográfica del Holocausto, mucho más de lo que se ha hecho hasta ahora.

Las fotografías de los sitios de las atrocidades nazis por toda Europa, nos alertan sobre las complejidades e ironías de las formas en las que el Holocausto se recuerda. Aunque visualmente sean impactantes, habitan en las sombras y en restos físicos fragmentarios, y están teñidos con una nota de melancolía romántica que algunos verían como inapropiada. De forma más devastadora, están aquellas que resaltan la aparente cotidianeidad de esos lugares hoy en día: la forma en la que han sido mantenidos es banal, anodina, aptos para el consumo turístico. Esta insípida, tal vez inevitable, transformación de los campos de concentración en atracciones turísticas, y la fetichización de las reliquias, no ha pasado desapercibida a los expertos y artistas.

En los años 1960, las fotografías de Auschwitz comenzaron a superponer y remodelar el ámbito existente de imágenes de los crímenes nazis. Las selecciones en la rampa de Auschwitz pasaron a simbolizar en proceso entero de aniquilación, reduciendo los complejos trabajos del exterminio al simple gesto de la mano de un oficial de las SS. La cruda violencia física fue desplazada por actos simbólicos y suplementarios de las imágenes, que no mostraban las consecuencias de la violencia, sino que sólo la representaban simbólicamente. Los interiores vacíos de las cámaras de gas reemplazaron las imágenes de los cuerpos muertos en los campos de concentración liberados. Los alemanes pudieron continuar rechazando cualquier insinuación de su relación directa en el genocidio que la descripción de los cuerpos muertos hubiera sugerido. Las imágenes de Auschwitz transformaron los crímenes nazis en una moderna “factoría de la muerte” localizada lejos, en Polonia y, por tanto, su localización en la imaginación colectiva quedó fuera de la misma Alemania.

El contexto pedagógico de la memoria es esencial para cualquier pedagogía sobre la recepción de las imágenes, y no de forma diferente a la experiencia de visitar los sitios donde las atrocidades tuvieron lugar: al visitar el lugar del sufrimiento, cualquier descripción que no exprese adecuadamente el horror, es molesta, no porque se esté más cerca del conocimiento de lo que se sentía la víctima, sino porque tales visitas hacen aflorar emociones en las que no podemos confiar.

El estatus de monumentos en el siglo XX se mantiene como un arma de doble filo y está lleno de una tensión esencial: fuera de aquellas naciones con pasados totalitarios, el hambre público y gubernamental por monumentos tradicionales de auto-engrandecimiento se corresponde sólo por el escepticismo de los artistas contemporáneos sobre el monumento. Como resultado, incluso cuando los monumentos continúan siendo encargados y diseñados por gobiernos y agencias públicas ansiosas de asignar un significado singular a hechos y personas complicadas, los artistas plantan crecientemente sus semillas de dudas e impermanencia.